sábado, junio 24, 2006

Sobre ESCRITO SOBRE EL AGUA, por Fernando Llorente

ANA Y ÁNGEL

Ana es Ana Rodríguez de la Robla, historiadora, filóloga, ensayista, traductora, articulista, conferenciante, y poeta galardonada. Ángel es Ángel Sopeña, filólogo, profesor de Literatura, y poeta, también galardonado. Ana y Ángel comparten un amor por el Mundo Clásico, raíz desde la que crecen y savia de la que se alimentan, en gran medida, sus respectivas obras poéticas.
Ana es la autora de un libro, su último libro publicado, Escrito sobre el agua, un libro sobre la obra poética de Ángel. No se trata de un libro “de” Ángel, como en más de una ocasión he oído, sino un libro “sobre” la poesía de Ángel, pues, de otro modo, ¿cómo podría ser Ana su autora? El libro, que se presenta hoy en el Paraninfo de la Universidad de Cantabria, lleva el subtítulo de “Claves para una Antología Poética de Ángel Sopeña”.
Si bien la metáfora es manida, el agua es presencia recurrente en los versos de Ángel, sobre los que chorrean imágenes de dolida belleza, con frecuencia serena, nunca exaltada, hasta perderse en el éxtasis de la niebla, De igual modo se cuela, en los poemas de Ángel, el viento en todas sus intensidades y desde todas las procedencias, con preferencia del Sur, hasta transustanciarse en música, a la que el agua presta sus notas. No podría haber sido más acertado el título del libro de Ana. Y lo mismo puede afirmarse del subtítulo: cumple con el objetivo de guiar al lector por las sendas diáfanas –ascendentes-, unas veces; otras, espesas –descendentes-, que transita la poesía de Ángel, poesía que es el objeto de la consideración de Ana. Hace algún tiempo ya ofreció Ana un avance de su estudio, ahora publicado, a cuantos asistimos, en el Ateneo de Santander, al acto de homenaje que, por parte de los responsables de la Biblioteca Poética “La Sirena del Pisueña”, se rindió a Ángel, y en el transcurso del cual se le impuso la Sirena de Plata.
En el libro que hoy se presenta aplica Ana un esquema de trabajo similar al que ajustó su espléndido estudio “La mujer en la epigrafía métrica latina. Prototipos en piedra de la Antigüedad”, publicado en el año 2000. En él, sobre una impecable traducción del latín de inscripciones funerarias en verso, y en la que lo literario se aviene con la literalidad, lleva a cabo una exégesis por la que informa, de modo tan riguroso como placentero para el lector, acerca de la varia condición de la mujer en el Mundo Clásico, tal como ellas dejaron constancia de sí mismas en sus epitafios.
Si en esta joya literaria, bañada en belleza con engarces de perlas sociológicas, zafiros emocionales y brillantes líricos, Ana nos redescubre lo que aquellas mujeres descubrieron cuando ya las cubría la tierra, en Escrito sobre el agua, Ana, sin rasgar, pero tampoco sin descorrer el velo tras el que Ángel gusta de resguardar al sujeto poético, disecciona su transparencia para dejar entrever un alma que toma cuerpo cuando Ángel le pone voz, la suya, una voz que no disuena con la propia voz poética de Ana, sin que por ello dejen de ser dos voces propias.
De toda la obra poética de Ángel, publicada hasta hoy, tanto la recogida en libros como la dispersa en distintas publicaciones, toma Ana unas muestras, libro por libro, fragmentos de poemas, de los que se sirve, y a los que sirve, para cubrir un recorrido de encuentros y desencuentros de Ángel consigo mismo, sin otro báculo que la musical palabra para sostenerse a lo largo del trayecto vital que ora torturan, ora alivian sus versos. Seguir la poesía de Ángel acompañado por la palabra de Ana es como entrar, con una linterna en la mano, en una cueva, de la que se sale sin haber visto la cueva, pero con el alma impregnada de los vestigios que expresan, fuera del tiempo, un vivir que es, sin embargo, prisionero del tiempo.
En la segunda parte del libro, pertrechada de la guía que le ha proporcionado la primera parte, Ana introduce al lector en una Antología de la obra poética de Ángel que, en principio, puede considerarse un tanto abultada, y que bien podría haberse aligerado, sin perjuicio para la obra de Ángel, no incluyendo los poemas a los que, si bien fragmentados las más de las veces, Ana presta especial atención en la parte primera, con el fin de articular un sentido unitario en el ir y venir de uno a otro de los libros de Ángel. Pero, un momento después, no sólo se ve la conveniencia de la amplia muestra, sino también la necesidad, por cuanto no todos los poemas de Ángel se encuentran ya fácilmente al alcance de los lectores, lo que supondría una pérdida si no fuera porque queda reparada en el libro de Ana.
Quizá con el libro de Ana ni ganen ni pierdan nada los poemas de Ángel. Pero, sin duda, quienes sí nos beneficiamos somos los lectores de la poesía de Ángel, es decir, de la poesía. Deuda que, desde hoy, contraemos con el libro de Ana, poeta.

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