sábado, junio 24, 2006

Sobre ACCIÓN DE GRACIAS, por Fernando Llorente

FULGORES

Es cierto que en Cantabria no escasean los actos culturales en sus diferentes modos de expresión. No es menos cierto que sí escasean los actos culturales con protagonismo cántabro. Que hace unos días haya llegado a las librerías de Santander el último poemario de Ana Rodríguez de la Robla (en adelante Ana) es en y para Cantabria un acontecimiento cultural de primer orden, que estas líneas quieren celebrar. Acción de gracias es su título. Ha sido editado por el Servicio de Publicaciones de la Diputación de Cádiz, y fue presentado el día 10 del pasado mes de mayo en esa ciudad. Los 32 poemas que componen la obra están prologados por el profesor, crítico literario, y también poeta Jaime Siles, quien cumple su cometido con pulcra profesionalidad, desde una perspectiva profesoral y crítica, reservando para Ana el lugar que como poeta le corresponde, que el prologuista reconoce, y así lo manifiesta sin reserva alguna. Carlos Bousoño tiene dicho que poetas hay pocos y que los que hay lo son pocas veces, por lo que bastaría serlo en un verso para erigirse en poeta siquiera por una vez. Pues bien, Ana es una escritora –de larga trayectoria en corto tiempo, y de muy variados intereses literarios- que, cuando escribe versos, todos y cada uno de sus poemas rezuman la poesía de la que están ungidos, sólo comparable, en el ámbito de la poesía en Cantabria, tanto en la pulida belleza como en la consistencia de su palabra, a la escritura poética de Ángel Sopeña, a la que Ana dedicó un estudio publicado en 2002, Escrito sobre el agua. Claves para una antología poética de Ángel Sopeña, y junto al que ocupa lugar destacado entre los no pocos, y de meritoria obra, poetas cántabros vivos, y aun entre los poetas muertos cántabros, algunos redivivos en Fundaciones con su nombre. El último libro de Ana toma el título de un verso del poema “Islas”, que el prologuista no atiende entre las 16 composiciones a las que se refiere de un modo explícito. Mientras que para el parecer autorizado de Jaime Siles el poema que abre el libro, “Poética”, supone la expresión en la que se cifra el poemario, este lector, que no crítico, considera que es “Islas” –y no sólo porque en un título se sustancian los contenidos, que también- el poema en torno al cual se articulan los demás, y al que desembocan, sin perjuicio de que cada uno de los poemas respire de su propio aire, se ilumine con su propio rayo, resuene tras su propio latido, arda en su propia llama, como no podría ser de otro modo en un libro de poesía que lo sea. Y Acción de gracias lo es. Se confirman dos obviedades: una, que es un ejercicio vano tratar de explicar la poesía que, cuando lo es, habla de modo diferente a cada lector, siendo así que todos participamos de los mismos fulgores; otra, hermanada con la anterior, que no se puede saber cuántos poemas escribe un poeta cuando escribe uno. ¿Cuántos libros ha escrito Ana al escribir Acción de gracias? Por lo tanto, no voy a glosar aquí la mitad del poemario al que el prologuista no hace referencia directa, pues no pasaría de ser la glosa de uno, el mío, de los muchos libros que ha escrito, además del suyo, Ana. Pero no lo voy a hacer, además, porque en Acción de gracias, como en su anterior poemario, Naturaleza muerta, el aire que los vivifica, el rayo que los atraviesa, la llama que los consume, el latido que marca el ritmo de sus versos son los elementos naturales que conforman la emoción que los alumbró desde un bullir de las entrañas, un clamar de los sentidos, un sentir del pensamiento, un pensar del sentimiento, que dejan entrever, tras las fulgurantes veladuras verbales, el ser y el estar de Ana en el mundo, tanto emocional como intelectualmente. Podría pensarse que lo dicho vale para todo libro de poemas, que hay muchos. Pero, no, sólo vale para libros de poesía, que hay pocos. Tengo escrito que una emoción es un tumor en el alma al que el poeta extrae unas palabras para practicarles una biopsia. La poesía se hace con palabras, sí, pero con palabras enfermas de emoción, anomalía que ofrece síntomas varios: el de la soledad, el del amor, el de la esperanza, el del desamor, el del olvido, el de la desesperación, el del vivir, el del desamparo, el del desengaño, el del morir, el del miedo, el de la pérdida… trastornos del alma, que la palabra poética diagnostica y trata para aliviar la calentura. Así, un poema es un estado de convalecencia del alma –acaso también del cuerpo- bajo la vigilancia de la palabra… poética. En Acción de gracias la palabra reúne casi todos los fulgores de la emoción, a los que atempera, a la vez que los mantiene ardientes. Es, ante todo, palabra elegante, exquisita, que esculpe páginas transidas de conmovedora belleza; es palabra nítida, transparente, ella misma el velo con el que se protege; es palabra culta, que supera la anécdota, para ennoblecerla, no para elevarla a categoría; es palabra solidaria, incluso piadosa, que se trasciende a sí misma en busca de otra palabra menesterosa; es palabra justa, que no condena y aspira al olvido, sin ajuste de cuentas; es palabra tiernamente apasionada, atravesada de vivencias estético-eróticas; es palabra curativa que extirpa el tumor para, paradójicamente, mantener la emoción viva; es palabra frágil que se crece en la derrota, no la arrumba la nostalgia; es palabra tensa entre la memoria y el olvido, entre el tener y el perder, entre la vida y la muerte; es palabra esperanzada, que no se hace ilusiones; es palabra solitaria, que no rehúye el aislamiento; es palabra gozosa que celebra su existencia; es palabra intensa, que relaja el espíritu; es palabra clara al filo de la sombra y es a la vez palabra turbia en proceso hacia la luz; es palabra sin tiempo, que pone a su servicio los modelos clásicos, para su mejor nitidez y su mayor firmeza…es palabra inevitable, necesaria, por más que a ratos no confíe en su eficacia. Tampoco voy a exponer aquí, dejando desvalidos los poemas –algo tan del gusto de los críticos-, los versos sueltos en los que la palabra enfebrecida se me ha revelado en sus varios fulgores. Y no lo voy a hacer porque ese es oficio íntimo de cada lector, que encontrará un fulgor allí donde más le duele, donde más le escuece, donde más le pica, ya que es palabra, en fin, de acción de gracias, que insufla serena turbación en esa hora sagrada del reposo que sigue a cada batalla, ganada o perdida –ganada y perdida-, mientras la guerra continúa.

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